A 25 años de fundar Viña Casa Marín en el entonces desconocido valle de Lo Abarca, María Luz Marín se consagra como una figura clave del vino chileno. Fue la primera mujer enóloga en levantar su propio proyecto en una zona sin denominación de origen, desafiando los límites geográficos y culturales de su tiempo. Hoy, su legado florece en manos de sus hijos y marca un antes y un después en la historia del vino nacional.
El pasado 3 de mayo, Viña Casa Marín celebró una nueva edición de su Fiesta de la Vendimia en Lo Abarca, con una jornada llena de sol, vino y familia. Música en vivo, espectáculos y degustaciones de sus tres líneas -Viñedos Lo Abarca, Cartagena y Casa Marín- se conjugaron para celebrar no solo una cosecha más, sino una historia de persistencia, pasión y fe en un territorio que hace 25 años nadie miraba.
Allí, en las lomas costeras del Valle de San Antonio, María Luz Marín plantó sus primeras parra en el año 2000, guiada por su intución y un sueño que parecía imposible: hacer vinos de clase mundia desde un rincón sin nombre, sin fama, sin pasado vitivinícola. En ese entonces, no existía denominación de origen ni tradición. Pero sí existía una mujer decidida, con una visión propia, pionera no solo por su género sino por atreverse donde nadie había llegado.
"Quería demostrar que este lugar podía producir vinos únicos. Fueron 15 años solicitando la denominación de origen hasta que en 2018 lo logramos. Fue un trabajo lento, concienzudo, pero sabiamos que este terroir merecía reconocimiento", recuerda María Luz.
Su historia es también la de una mujer que se abrió paso en una industria dominada por hombres, que lloró, cayó y se volvió a levantar. Que luchó sola, pero también supo abrir espacio a otras mujeres. Hoy, un tercio de los enólogos en Chile son mujeres, muchas de ellas inspiradas por su ejemplo. "Junto a colegas de mi época dimos el primer paso. Ahora hay muchas enólogas destacadas, con proyectos personales muy potentes. Y seguirán saliendo más, porque en Chile hay mucho amor por el vino y esa es la clave".
Ese mismo amor es el que transmitió a sus hijos: Nicolás, a cargo de operaciones y turismo; Felipe, enólogo y viticultor; y su nuera Jamie Verbraak, responsable del área comercial y de marketing. Todos hoy son parte activa del proyecto, llevando adelante el legado con la misma pasión. "Verlos comprometidos es mi máxima felicidad. Esto no se les impuso, ellos lo vivieron desde niños y lo llevan en la sangre".
Radicada desde hace cinco años en Santo Domingo, a solo 15 minutos del viñedo, María Luz hoy vive más cerca del paisaje que la vio crecer y al que apostó todo. Disfruta de sus nietos, de paseos, de la lectura y de pensar en nuevos proyectos. Porque aunque la viña está posicionada, su espíritu soñador sigue latiendo. "Siempre estoy pensando en cómo atraer más gente, en cómo ayudar a que el vino llegue más lejos. Para mí, el vino es salud, cultura y disfrute. Hay que difundirlo más, sobre todo hoy, cuando el consumo ha bajado en el mundo".
Casa Marín es mucho más que una viña: es la prueba viviente de que el sueño de una mujer puede transformar un territorio y abrir caminos. Hoy Lo Abarca es sinónimo de vinos de altura y carácter, con reconocimiento internacional. Y todo comenzó con una mujer, una madre, una enóloga que creyó donde otros no veían nada.
En palabras de la propia María Luz: "Esto es un nunca acabar. Yo lo comencé, pero ellos deben seguir con la misma pasión, las mismas ganas, el mismo amor. Esa es la esencia de Casa Marín. Esa es mi herencia".